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FLECHAS Y PELAYOS: Más información

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El siglo XX va a alumbrar un desarrollo sin precedentes de la propaganda, por lo que el empleo del humor gráfico y la historieta como uno de los métodos para ponerla en práctica a través de la prensa, se hace más evidente que nunca. Ayudados por el avance de la tecnología, los gobiernos participan claramente en la creación de medios y de contenidos propagandísticos en tiempos de guerra. El público infantil fue convertido en el objetivo propagandístico y centro de una intolerable formación ideológica. Aparecen nuevas publicaciones como la que nos ocupa de Flechas y Pelayos (38-49), pero ya desde el título intuimos la inclinación política que van a tener. A partir del 39, sobre todo, hay un giro total en la sociedad y en especial en la educación que tiende al conservadurismo tradicional católico y a "criar soldaditos patriotas", interceptando así, el ambiente liberal que habóa caracterizado a la República de los Intelectuales.

Cabe destacar previamente, que el modelo de cómic norteamericano se había convertido en la referencia mundial desde la popularización de las páginas de tiras a color en los suplementos dominicales de periódicos de información general. Los grandes magnates de la prensa del momento, apostarán fuertemente por este formato como reclamo comercial en su batalla por acaparar lectores, y es en este contexto donde se suele situar el nacimiento del cómic. A principios de siglo, nacen las primeras tiras "auto-conclusivas" de periodicidad diaria y quedan para las páginas del domingo las historietas en forma de serial en las que se desarrollaba el argumento semana a semana.

Mientras tanto, el modelo europeo, fiel a su tradición, seguirá en muchos casos caracterizándose por la edición de publicaciones especializadas de contenido satírico. Así, al llegar la Primera Guerra Mundial se extiende en todos los frentes la práctica de difundir entre las tropas, publicaciones de índole humorística e informativa. Pese a que algunos intentos fueron únicos u ocasionales, otros gozaron de cierta permanencia, como La Trincea o San Marco, pertenecientes al frente italiano.

Durante la Guerra Civil, en España se toma ejemplo de esta experiencia y la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda publica La Trinchera en 1937. Poco después, esta revista destinada a los combatientes del bando nacional se convertiría en La Ametralladora bajo la dirección de Miguel Mihura, constituyendo el germen de la celebérrima La Codorniz. Asimismo, en la Guerra Civil se ensayó también el uso propagandístico de revistas de tebeos para el público infantil y juvenil.

Tal es el caso de Flechas y Pelayos, que se publicó entre 1938 y 1949. La revista surge de la fusión de dos publicaciones, Flecha (falangista) y Pelayos (carlista), ambas nacidas durante la contienda, en cuyo primer número, su director, Fray Justo Pérez de Urbel declaraba el propósito de contribuir a "lograr la unidad moral y la hermandad en la Patria de todos los niños españoles, haciéndoles buenos cristianos y grandes patriotas". Parecidos condicionantes orientaron la trayectoria de otras revistas, como Maravillas, Bazar, entre las oficialistas, y Mis chicas y Chicos, entre las privadas. Pero la objetividad imprescindible de cualquier panorámica histórica impone el justo reconocimiento de la labor de promoción de escritores e ilustradores realizadas desde aquellas páginas. En cualquier caso, las posibilidades de introducción del mensaje fascista entre la juventud a través del tebeo se habían experimentado ya en la Italia de Mussolini con el suplemento El Corriere dei Piccoli distribuido con el Corriere de la Sera.

Un uso especial del humor gráfico durante la Guerra Civil Española, además de como propaganda interna, fue el que se le dió en el extranjero a través de caricaturas en las que se representaba algún aspecto de la lucha en España con dos funciones principales: por un lado, en países donde existía la censura, se aprovechaba el conflicto internacional para realizar una crítica oculta a la política nacional. Por otro, se fomentó un uso propagandístico a favor de ciertos gobiernos autoritarios que intentaron mostrar al pueblo las consecuencias desastrosas de una guerra fraticida de la que culpaban al bando republicano.

Entre los escritores que colaboraron con más asiduidad en Flechas y Pelayos están: José Alcaide Irlán, Vicente Roso Mengual, Juan Antonio de la Iglesia, Emilia Cotarelo de los Ríos, Miguel Gila, Angel Pardo Ruiz, Gloria Fuertes. Otros autores de presencia menos constante, pero también habituales en las páginas de Flechas y Pelayos: Angeles Amber, Ramón Bas de Bonald, Fernández y Contreras, Matilde Fernández de Parga, Salamanca Rosado, además de los seudónimos de Carmina y de Rosina.


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